A lo largo del ciclo electoral del año 2019, diferentes organizaciones y colectivos presentes en Euskal Herria sur, realizaron llamamientos al boicot electoral, a través de la fórmula del “abstencionismo revolucionario”.
El que los diferentes comicios electorales del año 2019, alcanzaran unos niveles de participación muy altos, resultó irrelevante para dichos sectores, ya que sabían testimonial su proceder, aunque por supuesto “fueron explicados”, en un sentido amplio y sencillo con el recurrente y manoseado concepto de alienación, o de manera más compleja, aludiendo a VOX como “espantajo” creado en un laboratorio del Régimen del 78, para activar la movilización del bloque progresista. ¿Quién dijo eso de no enarbolar consignas para las que no hay condiciones ni fuerzas para defenderlas?
Pero resulta que, en las elecciones al Parlamento Vasco del pasado julio de 2020, los nuevos llamamientos a la “abstención revolucionaria”… coincidieron con un altísimo nivel de abstención, de algo más del 50%. Evidentemente, sólo personas muy “entusiastas” podrían haber establecido una causa y un efecto en el impresionante incremento de la abstención, pero lo que si se generó es una interesante polémica en torno a su caracterización. Desde ciertos sectores revolucionarios, como medio de afianzar positivamente una línea política determinada, esta abstención fue caracterizada como “proletaria” y, por lo visto necesariamente crítica con el sistema, concienciada y politizada por lo menos de manera lo suficientemente significativa como para señalar este hecho.
El análisis desde esta perspectiva puede parecer perfecto: un barrio de bajos ingresos, tiene una alta abstención, ergo la abstención es producto de las condiciones de pobreza, que les llevan a desarrollar un sentido crítico y deslegitimador del régimen. ¿Consecuencia de esta premisa? Que estamos al borde del colapso del sistema. Sólo hay un problema -y no menor- y es que los bajos ingresos, situaciones de pobreza y marginación social, no alimenta conciencia revolucionaria de clase, y menos aún sin una organización revolucionaria que haga pie y que tenga presencia -no de tipo paracaidista- entre dichos sectores sociales.
Cualquiera que tenga una mínima experiencia de militancia en el movimiento popular, sabe que entre los sectores del proletariado más explotado y oprimido, la solución a sus problemas generalmente es exigida en términos asistenciales y que en términos generales, su capital cultural es bajo. Cualquiera que haya participado en redes solidarias, por ejemplo en pleno confinamiento “duro”, cuando los servicios asistenciales de la administración, fueron desbordados, resultaba sorprendente que personas en situaciones muy jodidas, que no tenían ni para comer, ni se les pasara por la cabeza participar en las redes colaborando ellos mismos, limitándose a buscar una solución a SU problema, ya fuera con entrega de alimentos, bonos para comprar en el EROSKI, o asesoramiento para acceder a ayudas. Y es que la pobreza es jodida, no sólo es ausencia de consumo, sino que tiene un trasfondo más complejo y más aún en el marco de sistemas neoliberales que han desprestigiado la solidaridad social y han llegado a introducir, no sólo en las mentes de los ricos, sino en las de los pobres, el discurso de la meritocracia
La pobreza genera situaciones de indignidad que abren la puerta a la lumpen-proletarización y desde luego, bajo ningún concepto compartimos las teorías pseudo-revolucionarias que ante el “aburguesamiento” y la alienación de la clase trabajadora, buscan nuevos “sujetos revolucionarios” en el lumpen.
La abstención puede reflejar hastío, incluso puede ser producto de una despolitización fundada en eso de “todos son iguales”, unos ladrones y corruptos, lo que en realidad resulta funcional al bloque en el poder. Seamos claros, al bloque en el poder, le resulta irrelevante el que la gente vote o no, siempre que el sistema siga funcionando y no voten a opciones que puedan resultar molestas. Al PNV, en las pasadas elecciones, el que el 52% de la población se quedara en casa, sea por la COVID o porque estaban de resaca, le resultó irrelevante. Ganaron, el desastre de Zaldibar no les pasó factura y llegaron a un arreglo con el PSE para formar gobierno: objetivo cumplido.
No compartimos que exista una “deslegitimación” del sistema, ya que para que sucediera algo así, para empezar debiera existir una alternativa al sistema que la impulsara. La progresiva pérdida de derechos sociales, laborales y salariales para una vida digna, que se concretaron en el pasado en torno a los consensos entre capital y trabajo, ha generado movilizaciones, ahí tenemos a las y los pensionistas, al feminismo, pero el “olfato sociológico” apunta a que precisamente, entre estos sectores movilizados, los niveles de abstención no son elevados.
Construir un cuento sobre la abstención, basada en el aumento de la deslegitimación del régimen y de posiciones críticas antisistema, con escenarios potencialmente revolucionarios y de ruptura en los que con un poco de propaganda y agitación comunista, “la chispa se convertirá en incendio”, tiene poco recorrido y hasta resulta peligroso. Peligroso por la desmoralización que se genera cuando comienza a atisbarse la mentira, peligroso porque retroalimenta el sectarismo y la desconexión con las masas, “incapaces” de entender que la revolución es el camino.
Desde ciertos sectores revolucionarios, el ultraizquierdismo llega a niveles tales que ser asalariado con un convenio justo, con estabilidad laboral y un salario que permita el “lujo” de quince días de vacaciones de hotel en agosto, casi te definen como “aristocracia obrera”… porque con tu voto amparas al sistema sea votando a EH BILDU o a UNIDAS-PODEMOS…
Resulta paradógico, pero entre estos sectores que tanto denostan las elecciones burguesas, de facto les dan más importancia de la que merecen. El que un militante comunista se abstenga o vote, como una dimensión más de su compromiso político, es irrelevante si trabaja en el movimiento popular, tiene contacto con la realidad social de las luchas y sale de su espacio de confort revolucionario, actuando como un verdadero “cuadro”. A una feminista que lucha en su barrio por crear y dar forma a una asamblea de mujeres y consigue estabilizar dinámicas de reivindicación y de denuncia de casos de malos tratos, que vote a EH BILDU… ¿es un pecado? ¿es más “deslegitimador” para el sistema una mujer que no vota y que, por no participar, no lo hace ni en la Jai Batzorde, y que se queja de que todos los políticos son igual de ladrones? .
Los atajos en el proceso de recomposición del proletariado como sujeto político y en reconstruir una alternativa en el horizonte no existen. Si no tenemos fuerzas ni organización para defender derechos y libertades que ya ganamos con las luchas que nos precedieron, plantear programas de ruptura revolucionaria, pueden generar “esencias revolucionarias en recipiente pequeño”, pero no un bloque sociopolítico con capacidad de transformar las correlaciones de fuerzas, en torno a un programa político que hable de pensiones, precariedad laboral, conculcaciones de derechos y libertades, feminismo y derecho a una vida digna.